sábado, 21 de diciembre de 2013

UN ODIO ENGENDRADO POR LA DEFORMACION DE UN GRAN AMOR

El primogénito arribó al hogar naciente y con él trajo alegría infinita.
Padres, abuelos y tíos disfrutaban a diario las gracias y  los minúsculos logros del nuevo integrante.
Todos estaban dichosos con el obsequio que la vida les había dado.
Solo necesitó unos pocos días el unigénito para ser el centro de toda la atención y convertirse en el miembro más importante de aquellas familias que con tanto fervor le acogieron  en su seno desde ese preciso instante en que se dio el alumbramiento.
Pero lo agradable y lo bello no es perpetuo.
Aunque el bebé mantenía su normal desarrollo síquico y  de crecimiento, ocurría al mismo tiempo un fenómeno nocivo para la tranquilidad del pequeño. Aumentaban de manera vertiginosa las desavenencias y las hostilidades entre los padres y entre las familias.
El ambiente alrededor del niño se tornó oscuro, denso y asfixiante. Las miradas postizas, el sarcasmo y las palabras hipócritas se convirtieron en el pan de cada día.
La dulce criatura sin advertirlo se convirtió en el botín de una fútil guerra que desunió por completo entre sí a esas dos familias que poco tiempo atrás vitoreaban conjuntamente con gran júbilo el milagro de vida del que eran testigos.
Se polarizaron las familias por la disputa de la custodia del unigénito y con irrespeto supremo pues a él jamás   tuvieron en cuenta.
El niño incapaz de tomar partido advertía la tensa situación sin embargo mantenía esperanzas de que todo volviera a ser como antes. Cuando arribó a este su nuevo mundo.
Con el pasar del tiempo el menor entendió que su ambicioso sueño era una utopía. Nada ni nadie haría cambiar los malos sentimientos germinantes entre sus padres.
Hoy, ya convertido en un ángel, desde el cielo y con una sonrisa incompleta dibujada en su rostro observa a los integrantes de sus dos familias: mamá, papá, a sus tíos y a sus abuelos como siempre añoro verlos: unidos.
Infortunadamente esta unión fué inspirada por un inmenso dolor.